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MARZO 2011

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184º ANIVERSARIO GESTA HISTORICA DEL COMBATE DE PATAGONES.

 

Carmen de Patagones era, hacia 1827, una pequeña aldea de alrededor de novecientos habitantes enclavada en pleno territorio tehuelche. Luego de años de infortunio, sus pobladores habían logrado una relativa prosperidad gracias a la explotación de las salinas que abastecían a los saladeros rioplatenses y a los que aquí se instalaron. Estos impulsaron la expansión de la ganadería local mientras que el incremento del tráfico marítimo brindó mercados a la producción triguera.

 

Tan promisorias condiciones atrajeron a agricultores, artesanos y a un reducido grupo de comerciantes y hacendados que se sumaron a los vecinos fundadores y sus descendientes. La mano de obra que sostuvo esa expansión fue aportada por alrededor de trescientos presos condenados a cumplir su pena en el Carmen. Además se contaba  con  algunas decenas de indios ya avecinados y con una tribu de “indios amigos” cuyos hombres se conchababan en las faenas rurales.

Entre 1825 y 1827, Patagones se vio envuelto en la guerra entre nuestro país  y el Imperio del Brasil por la posesión del actual territorio uruguayo. El bloqueo del puerto de Buenos Aires por el enemigo hizo de  Patagones un puerto de  corsarios a donde éstos conducían a los barcos mercantes brasileños apresados con mercancías de todo tipo y  esclavos africanos. El enorme daño que se le infligía a la economía del Imperio indujo a Pedro I a arrasar el Carmen.

En 1826 los maragatos recibieron dos malas noticias: la inminencia de la invasión brasileña y la imposibilidad del gobierno central de enviar refuerzos militares. La angustia se apoderó de la población, pero el coraje y el amor a su tierra pudieron más y aquí se quedaron derrotando su propio temor.

El 28 de febrero de 1827 cuatro naves enemigas forzaron la barra. Una de ellas varó y se hundió. En la desembocadura, un pelotón de infantes africanos, artilleros y corsarios que servían a  una precaria batería, intentó sin lograrlo, detener a los atacantes. El furor de la metralla brasileña segó la vida de dos africanos y del  corsario italiano Fiori.

El río resultó ser el más formidable enemigo de los brasileños. No lo conocían y eso fue letal. Perdieron a su nave más importante y encalló luego la Itaparica lo  que los fue demorando.


COMBATE DE LA BATERÍA

Las Provincias Unidas del Río de la Plata, hoy la Argentina, y el Imperio del Brasil estaban en guerra desde Diciembre de 1825. Meses después ya se conocía el plan brasileño de arrasar Patagones para eliminar el accionar de los corsarios que venían devastando su tráfico marítimo.

 

El 25 de Febrero de 1827, se diviso frente a la barra del río Negro una goleta, con bandera norteamericana, que luego se alejo. Dos días después la misma nave reapareció, seguida de otras embarcaciones y enarbolando esta vez banderas argentinas. Empero, la bravura del mar les hizo posponer la faena hasta el día siguiente. Coronel Paulino Lacarra, ordeno al coronel Pereyra posicionarse en la batería con parte de la caballería y con la infantería africana.

El 28 de Febrero alrededor de las 9 de la mañana las naves pusieron proa  hacia la embocadura del río ante la mirada adusta y resuelta de los hombres en tierra. Se disparo un cañonazo de advertencia y momento después comenzó el combate.

La batería, construida bajo la supervisión del corsario James Harris, disponía de solo cuatro cañones, aunque orgullosa, pretendía impedir el ingreso de la escuadra brasileña erizada de cañones, carronadas y fusiles.

 

A pesar de la enorme diferencia de fuegos, la batería operada por artilleros y corsarios, y defendida por la infantería negra se batió heroicamente disparando nutrido fuego de metralla contra los invasores, mientras los infantes descargaban sus fusiles sobre las embarcaciones que pasaban a “tiro de pistola” maniobrando sus velas. La refriega se extendería, solo por unos cuantos minutos, ya que los invasores al pasar frente a la batería, respondieron con su enorme poder de fuego silenciado a los cañones de la costa, que además habían agotado su escasa munición.

 

 

 

Una vez silenciados los cañones en tierra, el coronel Pereyra dio la orden de retirada, que fue desoída por los negros quienes seguían disparando encarnizados contra sus antiguos amos, de quienes solo podían esperar los grilletes si resultaban victoriosos. Fue preciso que el veterano coronel se tomara a golpes con algunos de ellos para que obedecieran. Es que si todos los defensores luchaban por la libertad, seguramente eran los africanos, arrancados por la fuerza de sus hogares, quienes mejor conocían el verdadero valor de aquella palabra.

Dos miembros de la infantería negra, cuyos nombres se desconocen  y el corsario Italiano Fiori perdieron allí sus vidas mientras que del lado brasilero, la Escudero y la Itaparica sufrieron daños con su estructura y un desconocido número de bajas a bordo.

Si bien la acción militar del 28 de Febrero de 1827 fue una derrota, nuestras tropas demostraron su empuje y su coraje y se retemplaron en una decisión de morir o vencer, decisión que lograría la más amplia victoria una semana después.

 

LOS NEGROS LIBERTOS DE LA INFANTERIA.

 

 

Los infantes eran africanos que en su mayoría habían sido traídos en el barco “Lavalleja”, presa del corsario Fourmantin, con trescientos esclavos a bordo. Como la infame trata de esclavos estaba prohibida en nuestro país desde el año 1813, quienes llegaban en tal condición al Carmen, pasaban a un estado temporario de libertad relativa como soldados o al servicio de los vecinos que para ello debían pagar un canon al Estado.

 

 

El último sobreviviente de este heroico grupo, don Felipe la Patria, fue figura central de todos los actos conmemorativos del Combate de fines del siglo XIX. El Museo “Emma Nozzi” exhibe una valiosa fotografía de la conmemoración del año 1892, cuando el héroe contaba con 104 años de edad.

 

Finalmente, en la madrugada del 7 de marzo los invasores desembarcaron alrededor de 400 infantes que emprendieron una fatigosa marcha de tres leguas por el monte cerrado.  La mitad de esta tropa veterana eran mercenarios ingleses como lo era su comandante el capitán James Shepherd.

Cuando el sol asomaba en el horizonte, el enemigo coronaba el cerro de la Caballada. Pero Patagones estaba preparado. En el cerro estaban el subteniente Olivera con ciento veinte jinetes, la mayoría de los cuales eran civiles: chacareros, hacendados, peones, artesanos y comerciantes, además de los gauchos del baquiano José Luis Molina. En el río, los corsarios Harris, Soulin y Dautant y sus tripulaciones, bajo las órdenes del comandante Santiago Jorge Bynon; en el Fuerte, las mujeres y los viejos junto a la infantería africana.

Los jinetes maragatos descargaron sus fusiles e hirieron de muerte al capitán Shepherd. La columna enemiga, agotada, sedienta y sin conductor, comenzó a retroceder buscando el río, pero la caballería de Olivera la arrolló encerrándola entre el río y el monte, envuelto en llamas por la astucia de Molina.  A todo galope, un combatiente  patriota de diecisiete años, Marcelino Crespo, entró al pueblo por la calle que hoy lleva su nombre gritando la victoria.

Acto seguido, Bynon dirigió el asalto a las naves  imperiales, el que concluyó entrada la noche con el arriado del pabellón de la corbeta Itaparica.

Dos de las banderas arrebatadas al invasor que aún se conservan en el templo parroquial dan cuenta del temple de un pueblo altivo que fue capaz de valerse por sí mismo en una circunstancia tan difícil.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

HONORABLE CONCEJO DELIBERANTE